Cuando el haiku —la palabra es igual para el singular y el plural— llegó a Occidente, cautivó, por ejemplo, a Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez… A Jorge Luis Borges, que así escribió, por ejemplo:
Bajo la luna
la sombra que se alarga
es una sola
Hoy no me alegran
los almendros del huerto.
Son tu recuerdo
Este segundo sin duda es bello pero quizá demasiado “personal” para el espíritu tradicional del haiku. Ha de ser, sí, cinco, siete y otra vez cinco moras, sílabas sónicas, sin rima. Pero, sobre todo, sólo sencillez, momentaneidad y naturaleza.
Los haiku que siguen son de un otoño.
Las hojas vuelan.
El viento las desea
para él solo
El tejado
llora desconsolado.
También ama al sol
Roca caliza
herida por el tiempo
sin una queja
El ruiseñor
y sus gritos de alarma;
abajo el gato
Mes de septiembre.
Llegará el petirrojo,
¡qué alegría!
Caseta vacía…
El cielo, ¿es reunirse
con nuestros perros?
Hoy