Director:
Julián Plana

Colaboradores:
Véase Página de Firmas

Producción:
Tarsis.net
La originalidad y la intención de Ortega no están en la primera parte de la frase, la anterior a la coma, sino en la posterior a esa coma.
De hecho, yo soy yo y mi circunstancia, que es una referencia al Ideen de Husserl, publicado meses antes (Ich bin ich und meine Umwelt), puede ser una sentencia disculpatoria: yo soy yo pero, claro, está también mi circunstancia...
Sin embargo, la frase completa de nuestro pensador nos obliga a la acción y nos hace responsables del resultado.
Sí, sí, "cuentos"...

La empresa pública

 

Aquel diablo de nivel siete, el señor García, tomó asiento en el sillón giratorio, de cinco patas con ruedas (según la normativa de la UE), tras la mesa de despacho de tamaño asimismo “siete A” (en los inventarios de la Casa). Llevaba en la mano el vaso de café de máquina, que depositó sobre un dinacuatro con membrete doblado en dos, con huellas de vasos y días anteriores.

Sus dos nalgas se acomodaron alternativamente, relajándose y distribuyéndose. Enseguida la espalda tomó contacto con el respaldo basculante, que cedió algo, lo justo. La coronilla de la cabeza persiguió la banda superior del respaldo y se apoyó ligeramente. Las rodillas se separaron y un suspiro, probablemente con un discreto olor a azufre, se produjo suavemente por debajo del rojizo bigote.

Sus manos se apoyaron sobre los nunca muchos expedientes del día. La derecha lucía un anillo con un solitario rubí en tanto que la izquierda solo mostraba el aro de casado.

Resignado a vivir otro día rutinario, presionó el botón del timbre.

Sólo una mitad de la puerta doble se abrió para permitir el paso de un ordenanza conduciendo a una joven soñolienta. El señor García hizo una seña a ésta con la mano del anillito, para que se sentara frente a él, en una de las dos sillas. Otra seña con los ojos al acompañante le encaminó hacia la puerta, que cerró tras sí.

Buscó entre los expedientes hasta encontrar uno que le pareció el idóneo.

–Tú eres Rosa.

–Sí, señor… Rosana.

–Rosana, llevas cerca de dos años acostándote con tu novio.

–Sí, señor (esta vez pronunciado siísñor).

Se hizo una pausa que la joven interrumpió con otro:

–Sí.

–Pero te has matado en un accidente de automóvil yendo con otro que, por cierto, ha resultado indemne.

–Sí, un amigo de mi novio. Ah, me alegro de que no le pasara nada.

–Y venías de hacer lo mismo que habitualmente con tu novio.

Siísñor.

–¿Alguna explicación?

Siísñor. El otro coche se nos echó encima…

–Sí, bueno. Quiero decir que por qué traicionaste a tu novio.

–Yo no he traicionado nunca a mi novio.

–Te acostaste con su mejor amigo.

–Ah, eso. Como ha dicho usted “traicionar”.

–¿Tu novio lo sabía?

–No, no señor… No le hubiera gustado.

–Aquí pone que con tu novio tus orgasmos se producían en el ochenta y ocho, ocho-ocho, por ciento de los encuentros; lo que sabrás que es un porcentaje más que razonable.

–¿Ochenta y ocho? Sí, puede ser. ¡Qué cosas pone aquí!

–¿Por qué sugeriste a Román, ¿no?, el amigo desde niños de tu novio que te llevara a la piscina de aquel hostal el día que –una breve consulta al expediente– Gustavo decidió quedarse a estudiar?

–No, no, perdone. Yo, yo, le dije a Gustavo que se quedara a estudiar, porque faltaban tres semanas para las oposiciones.

–Cuatro.

–Bueno, cuatro. Entonces él me insistió en que yo no dejara de ir a la piscina; que fuera con  Román y Lupe.

–Pero Lupe no fue.

–Yo le pasé el plan a Román. Luego Lupe no vino.

–¡Nadie se lo dijo a Lupe!

–Era la novia de él, ¿no? Se lo tenía que decir él. La bronca que deben tener ahora.

–Consideramos la traición una ofensa de nivel F.

–¡Dios mío!

–Señorita, aquí no se dice… eso. Di “caray” o algo así, en estos casos.

–Perdone.

–Bueno, podemos considerarla de nivel G.

–¿Eso es menos? Muchas gracias.

–Eres una chica agradable. A ver, levántate. –Y al tiempo le indicaba con la mano del rubí que se apartara un poco de la mesa y las sillas.

–Súbete un poco la falda. Bueno, no tanto. No llevas sujetador.

–No, nosñor. Para ir a… la piscina, casi nunca.

–Podría proponerte para trabajar de camarera en nuestro bar de ejecutivos y asesores, en la última planta; hacia abajo, claro.

–Oh, gracias.

–Llevan unas minifaldas muy graciosas. Las camareras, quiero decir.

–¡Qué bien!

–Ellos van siempre de traje. No sé lo que se cobra, pero están las propinas… Y tenéis una peluquería gratuita para vosotras en la misma planta, con maquillaje; al lado de la de los propios ejecutivos y asesores; claro que la de ellos tiene spa, y toda la pesca. Se os cubren los gastos de vestuario, incluida la ropa interior, hay diversos complementos: dedicación más o menos completa, quebranto de propinas, conocimientos técnicos de uso de cafetera, plus de transporte de bandejas, y todo eso; horas extra, claro. Y tres días libres a la semana.

–¡Qué bien!

–Y días, discrecionales, para asuntos propios. Bueno, y cada tres mil años, un milenio sabático.

–¡Qué bien! –Se dio cuenta de que se repetía. –Quiero decir, ¿qué se hace en todo este tiempo libre?

–Ah, pues, en el auditorio del edificio hay conciertos de música experimental contemporánea, proyecciones de películas de las cinematografías de Europa central y teatro de aficionados.

–¿Discotecas?

–Como es lógico, casi todas las noches acababan en demasiado alcohol y diferentes emparejamientos. Y fue considerado inmoral; se cerraron.

–Hombre, a mí tampoco me gusta eso de las orgías. No es que haya estado nunca en alguna…

–Bueno, dile al oficial de personal que me llame. “García, de Accidentes en Pecado, H a la K”. Ahora, ten en cuenta que tengo mucho trabajo hoy. –Y la mano de la alianza separó algo los pocos expedientes.

–Perdone. ¿Puedo hacerle una pregunta?

–Sí, adelante. –Y García pegó la espalda al respaldo.

–¿Esto es realmente “eterno”?

García cambió de postura; se acercó hacia ella, sobre la mesa:

–Verás. Nadie lo sabe. En el Boletín Oficial y en la propaganda decimos que sí, pero es difícil garantizarlo. –Bajó la voz. –Hay movimientos en contra.

–¿Se puede ligar?

–Si no se da qué hablar…

Rosana apenas contuvo un escalofrío.

–No hace aquí tanto calor como se dice.

–¡Qué va! Menudo problema. La instalación está fatalmente pensada y peor hecha. Y eso que costó más del doble de lo presupuestado, cerca del triple. Y esto es tan grande.

Rosana de dirigió hacia la puerta. Cerca ya de ésta se volvió.

–Señor…

–García. Dime.

–Señor García. No sé. No me parece tan malo todo esto. ¿Cuál es el truco?

–¿Perdón?

–¿Dónde está el problema? ¿Qué es lo infernal, lo… terrorífico?

–Pues yo creo que… –García se levantó y se puso a mirar las banderas que se erguían cerca del rincón derecho en palos acabados en puntas de lanza plateadas. –En fin, aquí no hablamos mucho de ello, pero… Lo malo de esto, lo que desmoraliza a los más débiles, hasta volver esquizofrénicos a algunos, es que… No hables a nadie nunca de esta conversación… Es que… Que nadie sabe para qué sirve.

 

JP

 

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