Director:
Julián Plana

Colaboradores:
Véase Página de Firmas

Producción:
Tarsis.net
La originalidad y la intención de Ortega no están en la primera parte de la frase, la anterior a la coma, sino en la posterior a esa coma.
De hecho, yo soy yo y mi circunstancia, que es una referencia al Ideen de Husserl, publicado meses antes (Ich bin ich und meine Umwelt), puede ser una sentencia disculpatoria: yo soy yo pero, claro, está también mi circunstancia...
Sin embargo, la frase completa de nuestro pensador nos obliga a la acción y nos hace responsables del resultado.
Sí, sí, "cuentos"...


La Crisis

 

 

El simún planeaba sobre las dunas, a las que arrancaba gemidos y nubes de arena caliente. El bedaui se cubrió la cara con el semitransparente embozo y agarró más firmemente las riendas de su colmado camello.

Siempre se acercaba a Masr con aprensión. Los egipcios eran para él gente rara. Ricos, pero con mala suerte. Sí, buenos clientes para los tejidos de lana de camello y de cordero que él les llevaba, pero enigmáticos como aquella esfinge suya, duros con sus esclavos judíos y empeñados en sus gigantescas y, para él, inexplicables construcciones.

Oyó un profundo, constante y rápidamente creciente silbido a sus espaldas. Se detuvo y se atrevió a volver todo el cuerpo hacia su origen. Su raza, originaria de las montañas, no tenía miedo a nada. Levantó sus dos manos, sin soltar las riendas del camello, no para mostrarlas desarmadas sino para mandar detener a la enorme masa violácea que se acercaba, sin que la arena se inmutara pero tiñéndola de su color, así como al mismo cielo.

La masa se detuvo, así como el silbido, y el hombre del desierto creyó ver en ella unos ojos y otras desvaídas facciones.

¿Quién eres? —le pregunto, mirándola a aquellos ojos cambiantes pero de mirada sin duda inclemente—, ¿qué haces aquí?, ¿de dónde vienes?, ¿adónde vas?

Una voz emergió de una boca, o algo parecido, que se dibujó en aquella mole.

—Soy una plaga y voy a Masr, a matar a diez mil egipcios. Pero tú no eres egipcio. Déjame pasar.

El bedaui bajó sus imperiosas manos y la masa siguió su camino. El silbido le ensordeció, pero enseguida y rápidamente desapareció todo en el lejano horizonte del inmenso Jardín de Dios.

Foto: Flickr_Rosino

 

Pasaron seis veces seis días y el bedaui, aún horrorizado por lo que había visto en Masr, cabalgaba su descargado camello, guiado por la esperanza de su hogar, su familia y los mansos rebaños de su padre. Al rodear aquella duna demasiado vertical en la vertiente de su camino, vio, de pronto, una informe masa azul, palpitante, que se puso en guardia al verle acercarse con decisión.

—Plaga. Eres tú. Me  engañaste.

La masa se animó, con dignidad herida:

—¡Yo no miento nunca! ¿Cómo te atreves?

—Me dijiste que ibas a matar a diez mil egipcios y mataste cien mil.

—No, no, ¡NOOO! Yo mate diez mil. Contados. Los otros… Dejaron de trabajar. Salieron a las calles, gritando… Murieron, y mataron, de miedo.

 

 

Es una narración tradicional, anónima. Por su recuerdo y actualización,

 

JP

Primera Página