He comentado ya en Brozas, como acto de contrición, algo ocurrido hace más de medio siglo, en la antigua sede de ABC del 61 de la calle madrileña de Serrano.
Un día también de primavera, pero en 1960, le dije al Director de ABC, el inolvidable Luis Calvo, que me iba a casar. Me dio la enhorabuena y me preguntó cortésmente por la novia: estudios, lugar de nacimiento, etc. “Es extremeña, de un pueblo de la provincia de Cáceres que se llama Brozas”, empecé diciéndole.
Se levantó de su asiento, indignado: “¿Cómo que de un pueblo que se llama Brozas? Tiene usted que saber –entonces los compañeros de trabajo, salvo raras y muy motivadas excepciones y por mucha que fuera la igualdad o diferencia de categoría, nos tratábamos siempre de usted– que la muy blasonada Villa de Brozas es nada menos que la patria del primer gobernador de América, Nicolás de Ovando; de muchos jefes y generales del ejército de España y, sobre todo, de Francisco Sánchez, El Brocense, el sabio insigne de nuestro Renacimiento. Como Da Vinci lo fue del toscano; del italiano, si usted quiere. A la vez astrónomo y gramático, profesor en Salamanca. ¿Usted conoce hoy día a quien pueda ser catedrático de Exactas y Letras a la vez? Ya no existen hombres universales como aquel Francisco Sánchez. Y hay muy pocos lugares en el mundo como, fíjese bien, la Gran Villa de Brozas y las dehesas de su, por cierto, extenso municipio”.
Y así durante quizá una hora, sumamente amena: la orden de Alcántara; la Catedralina; la Dehesa como bosque inteligente, prácticamente incombustible y no sólo productor de oxígeno sino acogedor alternativo de vacuno y de cerdo ibérico…
Cuando don Luis Calvo, nacido en La Carrera (Ávila) en 1898, se jubiló de la primerísima línea del periodismo español, existía la semanal Hoja del Lunes, de la Asociación de la Prensa de Madrid, que permitía el descanso dominical en todos los diarios de la capital (algo parecido ocurría en el resto de las provincias).
Allí publicó, semana tras semana, una serie de apasionados artículos sobre la lengua castellana y sus problemas de aquel momento.
Los firmaba con un seudónimo quizá sorprendente para muchos, pero no para mí: “El Brocense”.
JP